Un proyecto para la Argentina
El tiempo es una variable irrescatable y ello es particularmente grave cuando además se está en presencia de una aceleración sin precedentes en la Historia. Con razón se afirma que hay un proceso de globalización en marcha y que el planeta cada día más tiende a comportarse como una gran aldea, al compás del desarrollo tecnológico de las comunicaciones y los transportes.
En tal contexto cabe preguntarse qué ocurre con los Estados-Nación, sacudidos por las presiones de grandes intereses económicos y por las urgencias que les demandan sus poblaciones crecientes e impacientes. Se les oponen asimismo ideologías fundadas en las bondades del mercado y hasta parece ser no sólo innecesaria su existencia, sino inclusive perjudicial a las conveniencias generales.
Si se admitiera sin restricciones esta última hipótesis habría de caerse en la conclusión de reducir el Estado a una mera administración de asuntos de menor cuantía, dejando todo espacio libre a las decisiones de la oferta y la demanda. Una especie de mundo económico, ajeno a toda limitación que no fuera optimizar resultados, deidificando con carácter exclusivo el paradigma beneficios-costos. En otros términos, «El Mundo Feliz» que anunciara Aldous Huxley para dentro de siete siglos.
De esta forma, ideologizada la minimización del Estado, estructura jurídica de la Nación y diluida esta última en el escenario de una globalización abarcatoria de toda la humanidad, surgiría entonces la necesidad de preguntarse qué destino cabe asignarle a los actuales Estados-Nación y particularmente, a la Argentina y a los argentinos.
Repugna a la conciencia aceptar sin rebelarse que se deba abandonar el sentimiento de permanencia a su propio origen y admitir sin remordimientos la pérdida de identidad que ello significa. Por el contrario, Argentina para los argentinos es más, mucho más que un mercado de bienes y servicios. Más todavía que una pasión, que un fervor, que una bandera. Es, sin duda, la certeza de un destino común, de una empresa compartida, de una tarea generacional intransferible e irrenunciable, que se transmite de padres a hijos con la fuerza de la sangre y de la tierra.
Si es tan grande el acervo recibido y tan fuerte el desafío del futuro, debe comprenderse que no es posible dejarlos librados a la improvisación o al simple devenir de los acontecimientos, como si se tratara de una nave al garete o de un bien mostrenco del que nadie se sintiera responsable. Antes bien, es indispensable trazar un magno proyecto, que conduzca al país deseable en un horizonte de largo plazo, que inspire la labor de las sucesivas generaciones y que las motive a encolumnarse, con la conciencia de contribuir solidariamente al destino común de todos los argentinos.
Y el punto de partida está en el Estado que la Nación creara en 1853 con los altos fines enunciados en el Preámbulo de la Constitución y entre los que se destaca la promoción del bienestar general y su proyección a la posteridad y al resto de los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Siendo entonces el Estado el encargado de formular el proyecto de la Nación del futuro, corresponde a la política y a los políticos el cumplimiento de tal cometido como supremo compromiso, subordinado las acciones de corto plazo que se adopten en cada coyuntura al curso de acción que apunta al objetivo estratégico trazado.
Claro está que ello supone elevar la estatura de los hombres de gobierno al nivel de estadistas, como en su momento la demostraran poseer los padres fundadores de la nacionalidad; y al pueblo elector, a nivel de ciudadanos capaces de discernir sus mejores líderes y proyectarlos a las más altas responsabilidades de la conducción.
Es fácil convenir que en uno y otro caso tales circunstancias afortunadas no se han dado y hoy el país se debate en una crisis interminable y lo que es más grave, no tiene delante de sí más perspectiva que la continuación de un viejo juego de baja política, que avergüenza a la democracia y posterga sine die el aliento de una esperanza en el porvenir.
Hay que cambiar las actitudes, para que cambien los hechos. Para que renazca el ave fénix de la esperanza y vuelva la fe al pueblo argentino. Se necesita un Estado conductor del proyecto nacional, que dé las bases para el consenso solidario e impulse los esfuerzos colectivos y para que ello sea posible, es necesario crear la gran política de saber elegir bien y de saber gobernar bien.
Nunca más acertada la frase de Roque Sáenz Peña al promulgar la ley del sufragio universal, cuando exhortara a que «sepa el pueblo votar». Reflexiónese que al votar, el pueblo estará eligiendo nada menos que su propio futuro.
Ing. Antonio F. Siri