Adolescencia y alcoholismo
Las bebidas alcohólicas, (el vino, la cerveza, los licores, etc.), se ubican, junto al tabaco, en una peculiar dimensión donde se mezclan fuertemente los valores socioculturales y la posición del sujeto que, desde el psicoanálisis, es fundamental en la constitución y construcción del objeto droga como tal.
El vino, por su parte, es una bebida embriagadora que se encuentra ya en relatos antiguos y pervive en las referencias de la literatura y las canciones, en tanto es sumamente popular, si bien su primacía se encuentra jaqueada actualmente por la iniciativa de las empresas cerveceras. Es sabido que su ingesta provoca, como toda bebida alcohólica, la reducción de represiones y quien bebe supone poder, bajo su influencia, encontrar palabras más fácilmente y actuar en forma desenvuelta, sin los tapujos propios de su estado «normal», reduciendo tensiones, ansiedad, culpa o vergüenza.
El vino o la cerveza son bebidas que cumplen y han cumplido su parte en los procesos de iniciación del adolescente en el «mundo del adulto», en tanto, en nuestras provincias especialmente, eran los propios padres u otros mayores quienes invitaban el primer vaso al jovencito con un «ya sos un hombre», o es entre los mismos adolescentes el beber una marca de su ubicación como no más niño, y la botella o la latita elemento de intercambio entre los integrantes de un grupo.
Por cierto, en esta medida, las bebidas alcohólicas son consideradas desde lo social un elemento ¡íntimamente unido a festividades o celebraciones, e incluso a situaciones de duelo, presentes en velatorios o despedidas.
En cuanto al caso del bebedor que bebe hasta el extremo de la borrachera, o en el alcohólico propiamente dicho, suele hablarse de tres etapas o fases consecutivas:
- una primera caracterizada por el levantamiento o aflojamiento de represiones, lo cual provoca una sensación de euforia o alegría, locuacidad y desparpajo.
- luego, un estado depresivo o de tristeza.
- y, finalmente, tras la borrachera, la «resaca»: un malestar generalizado, en lo físico y en lo anímico, del cual salen los bebedores recurriendo nuevamente al alcohol.
El alcoholismo en sus características generales es semejante a otras adicciones a drogas, si bien distintos autores acentúan la base depresiva del sujeto (más allá de la estructura psicopatológica de base) y su relación con la oralidad, en una equivalencia de la bebida alcohólica con la leche como medio por el cual se calmaran angustias o ansiedades infantiles, como suministro incondicional e ideal que asegurara la presencia de quien ejerciera la función materna de cuidado y alimentación.
El intento en el beber se orientaría a llenar un vacío, en un movimiento impulsivo que, revitalizando la lógica de la necesidad, urge la incorporación del líquido en grandes cantidades.
El dolor psíquico, intolerable, exigiría en estos sujetos el intento de su cancelación. En muchos casos el alcohólico almacena botellas, en previsión de la irrupción del estado depresivo o de profunda tristeza, que no puede procesar por sus propios medios, psíquicamente.
En cuanto a los efectos estimulantes o excitantes de las bebidas alcohólicas, los mismos se deben a que, si bien estas se encuentran incluidas entre las drogas depresoras, su influencia sobre el Sistema Nervioso Central produce la depresión de los centros nerviosos superiores y, consecuentemente, la liberación de los centros inferiores gobernados por aquellos.
Desde el psicoanálisis, Freud se refirió a las drogas definiéndolas como «quitapenas» que permitirían esquivar los límites que la realidad impone y acceder a un mundo que ofrecería mejores condiciones de sensación, planteando que el hombre necesitaría recurrir a lenitivos para poder soportar el dolor que la existencia plantea.
Utilización de bebidas alcohólicas. De lo religioso a la enfermedad.
Desde los orígenes de la humanidad los hombres habrían observado que un jugo de frutas azucarado expuesto al aire libre durante algunos días, se convertía en un brebaje que tenía propiedades psicotrópicas especiales. Tal vez, debido a estas propiedades, y a los misterios de la fermentación, se tendió a sacralizar esta bebida y a usarla con fines místicos o sagrados. Podemos citar como ejemplo el culto a Dionisios o Baco, o la conversión del vino en sangre en la misa católica.
Su uso excesivo, embriaguez o borrachera, fue considerado como vicio, pecado, asociado a la locura, a la degeneración, a la violencia.
Las bebidas fermentadas o alcohólicas, a lo largo de la historia, han sido objeto de glorificación y abominación simultaneas. En la Biblia, sobre todo en el Antiguo Testamento, se hace referencia cerca de quinientas veces al vino, ya sea para elogiarlo, o, por el contrario, para poner en guardia a los hombres contra su maleficio.
A mediados del siglo XIX el médico sueco Magnus Huss acuño el término alcoholismo para designar al común denominador de las enfermedades cuya causa era el alcohol etílico. La terminación en «ismo» presentaba la ventaja de que no poseía ya esa carga afectiva que hasta entonces había condenado a los borrachos.
Sin embargo, en esta misma época, fines del siglo XIX, surgió toda una literatura seudo-científica que oscureció la problemática de la etiología y de la patogenia del alcoholismo, con consideraciones moralizantes y apasionadas ligadas a la teoría reinante sobre la degeneración: el alcoholismo pasó a ser un vicio, atributo de degeneración…
Recién hacia 1940-1950 se comienza a concebir el alcoholismo como una enfermedad, realizándose campañas de salud destinadas a la prevención y a la cura, gracias a las investigaciones de E. M. Jellinek y la Escuela Americana.
Sobre el consumo de alcohol en la adolescencia
La adolescencia es un momento particularmente vulnerable en la vida de un sujeto, debido al proceso de duelo por las figuras parentales de la infancia que en ella se inicia, y por ser un momento de «transición» entre la pérdida de estas figuras de identificación y la búsqueda o el encuentro de otras nuevas.
A lo anterior se suman: la actual crisis cultural y el enfrentamiento con un mundo cada vez más complejo y vertiginoso.
Existe además un verdadero «bombardeo» de la publicidad dirigido hacia este grupo etario, apetecible para el mercado; basta ver al respecto, por ejemplo, las publicidades de cerveza destinadas a jóvenes, y el aludido «encuentro» entre ellos si se la consume juntos.
Los adolescentes también afrontan en esta etapa la salida exogámica y el erotismo genital que los atemoriza. En diferentes pueblos y culturas, encontramos ceremonias y rituales de iniciación como forma de marcar en lo simbólico este pasaje de la niñez al «mundo adulto», en muchos casos como marcas en lo real, y en todos poniendo en juego lo real del cuerpo expuesto al sufrimiento y a la muerte.
Ahora bien, ¿qué sucede en una sociedad en la que se ha perdido la eficacia de los actos simbólicos que marcan esta salida de la niñez y la entrada a la adultez?
Es posible que en nuestra cultura actual, el alcohol juegue algún papel en este sentido para los adolescentes, en tanto «se es grande» por estar «tomando alcohol» o por estar «borracho». Por otra parte, el alcohol «suelta la lengua» y «da ánimos» para «encarar» a un partenaire en el juego de la seducción inicial.
El alcohol, una droga socialmente aceptada, daría, desde la consideración de los jóvenes, la fuerza y el valor necesarios para los primeros encuentros sexuales tan deseados y tan temidos. Entonces, se arman de un escenario: la discoteque, como subrogado del altar, el monte o el lugar de exhibición de juegos públicos, en el cual mostrar algún emblema (por ejemplo: la lata de cerveza), para así poder, a través de un acto: el beber, y su consecuencia, la borrachera, sentirse grandes y pensar que están haciendo cosas de grandes.
Prof. Jorge Cascallar
jcascal@frbb.utn.edu.ar
Secretaría de Asuntos Estudiantiles