Argentina, potencia y de su actual impotencia

Que en la actualidad del país alguien diga, la situación es realmente mala, sinceramente no revela ninguna novedad sorprendente. Muchas veces las noticias televisivas o periodísticas dejan el cerebro y el corazón embotados, más por impotencia ante ciertas injusticias y corrupciones, que por la real impresión que suscitan. Sin embargo esto no deja mucho mayor margen para exponer algo que generalmente le ocurre a todas las personas. Aún así, se presentan varias cosas en que pensar. Repasando los números de la actualidad nacional nadie puede quedar indemne ante la escandalosa cifra de desocupados, marginados y desposeídos argentinos. Alrededor de 6 millones de argentinos se encuentran bordeando la línea de pobreza y otros 3 millones se hallan en la más humillante y espantosa miseria[1]. Ningún sector o lugar de la nación se ha visto impermeable a esta circunstancia, claro está, a excepción de los desinteresados y muy atentos políticos que desangran sus muy atribuladas vidas en la desgastante conducción de las instituciones del país, aunque convengamos, nobleza obliga, habrá algún contraejemplo, que no merece aclaración con nombre propio, más por la necesidad de esperanzarse en la presencia de un arquetipo honesto de político que en su verdadera existencia.

Hay por lo visto mucho de cinismo envidioso y caprichoso egoísmo en muchos de los pobladores mass-media de estas tierras. No en balde se hicieron, se hacen y se harán no se sabe hasta cuándo (pues parece formar parte del estereotipado acerbo nacional), burlas livianas y pesadas sobre el “ego-cínico” argentino, tanto dentro del territorio nacional como fuera, y bien lo saben aquellos argentinos esforzados e industriosos que por razones laborales, académicas o de persecución política han estado en el primer mundo real, soportando el legado que los mass-media coterráneos inescrupulosamente han dejado. Este “Ego-Cínico” parece ser instaurado mágicamente en algún temprano momento del siglo XX. Sin embargo, este tipo de posturas, de tener todo para sí y no pensar en la sociedad ni en su vecino, en mucha gente con poder de decisión o con poder de convocatoria o hasta en simples ciudadanos, aparentemente hizo que un país con futuro y vanguardista en muchos aspectos, se convierta hoy en un país retrasado, pobre, endeudado y sumido en un eterno presente[2] mientras sigan transcurriendo estos años, y con la sensación de impotencia en casi todos los ámbitos. Vivir el eterno presente es como realimentar lazos con pasados funestos, casi como a la búsqueda de vaya a saberse que protección en viejas fórmulas. Lo que, desgraciadamente da la pauta de por qué muchos argentinos viven deseando el retorno de viejas épocas, si no frases del refranero popular de la calle, tales como: “con el pocho nunca nos faltó nada”, “Frondizi nos llevó hacia el desarrollo y lo derrocaron”, “Onganía fue honesto y en aquella época había estabilidad y no se pagaban tantos impuestos”, “Por qué no volverán los militares, en aquel entonces comíamos bien”, etc. realmente no tendrían asidero. Estas y otras tantas frases, generan el efecto de los “slogans” publicitarios en la gente, es decir impresión sensitiva para forzar una decisión autómata. Lo preocupante de ello es que al parecer del autor de esta nota, tal costumbre ya ha invadido plenamente el ámbito universitario que es el principal polo de transformación que posee cualquier nación que se precie de civilizada, sumiéndola en una abulia que difícilmente puedan revertir los pocos focos luz que hay dispersos por el país.

El “ego-cínico-panzista” patético e infame de la gran mayoría de mass-media argentinos es la columna vertebral de la voluminosa masa de desastres que ha vivido la Argentina, y que por lo pronto seguirá viviendo por algún tiempo más. Este ego es prolijamente detentado por la omnipresente mediocridad política nacional, que busca a destajo encumbrarse de la manera que fuera, siguiendo instintivamente las doctrinas de Maquiavelo[2] aunque en muchos casos a desconocimiento de su existencia. Este “ego-cínico-panzista” es también el primer estandarte de la anarquía de las masas argentinas, que casi siempre se dejan arrastrar por la seductora arrogancia de un vendedor de ilusiones de palco, un alborotador con ideas, las más de las veces demagógicas, mal planificadas y las mejores, hasta intencionalmente no ejecutadas.

Flaqueza y dejadez por un lado, astucia por el otro. La rutina que los políticos embaucadores argentinos siguen de, cortejar – seducir – engañar – abandonar la “masa”, parece como adoptada de los culebrones y sin embargo nutre al más abominable dramatismo que haría sonrojar al mismísimo Alphonse Donatien[3], reviviendo el conjunto de miserias pregonadas por Víctor Hugo[4]. Entiéndase bien, lo nutre por inacción y malas decisiones.

Se dice que la década de 1980 fue “La década perdida” en Latinoamérica ([1], cap VIII, Cap IX), con poco desarrollo económico y un endeudamiento indiscriminado, casi libertino, y sin embargo la década del 90 mostró la duplicación y triplicación de la deuda del país, y ninguna mejora. Se pide plata y no se la utiliza para la producción, quien pide el dinero sin duda no es el humilde campesino o el dueño de un taller monotributista o el dueño de una rotisería, o el chacarero que se levanta a las cuatro de la mañana para hombrear las bolsas de papa de su propio campo. Quien pide el dinero a cuenta de todos los argentinos es el gobierno, no es novedad. Y sin embargo parece que no hay responsabilidad alguna por las trastadas y despilfarro que se han hecho en más de treinta años. Solo hay una condena tácita, casi sobreadaptada. Y hoy cuando ya están instaurados los estancamientos comerciales, productivos y educativos, cuando la mitad de la población juvenil busca otros horizontes[5], quién puede asegurar que las futuras generaciones no se encuentren intercambiando su oro (su tierra, su honra o lo que quede) con los cascabeles y espejitos de los nuevos conquistadores. Y esto por lo visto no se quiere ver…

Mas los gobernantes, si corruptos por acción u omisión, surgen de las entrañas de la sociedad, que silogismo foráneo no evitaría concluir lo evidente para con nuestra sociedad. Y sin embargo la sociedad argentina posee muchísima gente honesta. Pero parece que está ausente la exigencia hacia los representantes gubernamentales, parece que siempre se olvidan estas responsabilidades y obligaciones que los ciudadanos tienen para con sus dirigentes pero fundamentalmente para consigo mismos. Y esta exigencia no solamente tiene que ser reclamada para con los dirigentes sino para cada uno de los habitantes. Ya que no se elimina la rama corrompida cortándola de cuajo con la ley si todavía hay parásitos en la raíz, pues quien no es honesto con poco, no lo será con mucho. Y lamentablemente es aquí donde comienza todo, ya que cuando se sonríe gratuitamente ante la mediocridad supina de quienes debieran tener la capacidad de conducción de diferentes estamentos, de poco vale la queja alborotadora.

Hoy el matrimonio entre la sociedad argentina y su apéndice político parece estar emulando el título de este artículo, la primera quiere pero no puede o no la dejan, el segundo puede, pero es dudoso afirmar si realmente quiere, y juzgando como Voltaire, de tanto no querer se termina no pudiendo. Claramente el autor se esta refiriendo a la necesidad de salir del estancamiento generalizado del país. Parece que la casta política todavía no quiere reaccionar en que es vista como la nobleza de la Francia del siglo XVIII o como la nobleza de la Rusia zarista de las primeras décadas del siglo veinte. Las dos situaciones concluyeron con revoluciones y con un inusitado baño de sangre. Así expuestas, estas aparentarían ser las formas brutales que tiene la naturaleza humana en las sociedades para cambiar las abismales desigualdades entre sus integrantes. Dios quiera que esto no suceda aquí. Sin embargo el paralelismo entre la situación argentina y las de aquellos países en su tiempo es notoria y preocupante. Preocupa no tanto por la nación en si misma, sino por su gente.

Si bien esta nota parece un exudado virulento, hay que tener en cuenta que existen millones de connacionales que están atiborrados de miseria, dolor y humillaciones y que aunque la esperanza es lo último que se pierde, en estas circunstancias es lo primero que se olvida. No sea cuestión que una de estas mañanas los informativos declaren consternados que el paso de los desposeídos por el Congreso hizo parecer un cuento de hadas la toma de la Bastilla y Las Tullerias.

[1] P.A. Mendoza, C.A. Montaner y A. Vargas Llosa. “Los Fabricantes de Miseria”. Ed. Plaza Janés 1998.
[2] N. Maquiavelo, “El Príncipe”, Ed. Bruguera
[3] Alphonse Donatien: también llamado el Marqués de Sade.
[4] Víctor Hugo. “Los Miserables”. Ed. Bruguera (1981)
[5] La Nueva Provincia, Nota de tapa, edición 26-5-01.

Ing. Marcelo T. Piovan