La Educación y el significado de la vida

Transcribimos a continuación un texto correspondiente al libro «La Educación y el Significado de la Vida», cap. I, de Jiddu Krishnamurti. Krisnamurti (1895-1986) fue educador y filósofo, y sus enseñanzas inspiran a millones de personas provenientes de distintos campos del saber, como la filosofía, la educación o la ciencia.

Cuando se viaja uno se da cuenta de hasta qué punto la naturaleza humana es la misma por todo el mundo, ya sea en la India, en América, Europa o Australia. En las escuelas superiores y en las universidades es donde este hecho es más evidente. Como si fuera un molde, nos estamos convirtiendo en un tipo de ser humano cuyo principal interés en la vida es encontrar seguridad, llegar a ser alguien importante, o divertirse con la mínima reflexión posible.

La educación convencional hace sumamente difícil el pensar independiente. El conformismo conduce a la mediocridad. Ser diferente del grupo o resistirse al ambiente no es cosa fácil y, a menudo, es arriesgado en tanto rindamos culto al éxito. El deseo de obtener éxito en la vida, que es perseguir una recompensa, ya sea en lo material o en el así llamado mundo espiritual, la búsqueda de seguridad interna o externa, el anhelo de comodidad, todo este proceso ahoga el descontento, pone fin a la espontaneidad y engendra temor; y el temor bloquea la inteligente comprensión de la vida. A medida que envejecemos la mente se embota y se insensibiliza el corazón.

En la búsqueda de comodidad, generalmente, nos refugiamos en un rincón de la vida donde haya el menor conflicto posible y salir de este aislamiento nos asusta. Este miedo a la vida, este temor a la lucha y a las nuevas experiencias, destruye en nosotros el espíritu de aventura. El sistema donde crecemos y nos educamos nos hace temer ser diferentes de nuestro vecino, o pensar de forma opuesta a la norma establecida por la sociedad, que equivocadamente venera la autoridad y la tradición.

Por fortuna hay algunas personas serias, dispuestas a examinar nuestros problemas humanos, sin prejuicios ni de la derecha ni de la izquierda. Pero en la gran mayoría no existe el espíritu de descontento ni de rebeldía. Cuando cedemos sin comprensión ante las circunstancias del entorno, el espíritu de rebeldía que pudiéramos haber tenido, desaparece y nuestras responsabilidades pronto le ponen fin.

Hay dos tipos de rebeldía: la rebeldía violenta, que es meramente reaccionar contra el orden establecido sin comprensión y la rebeldía profundamente sicológica de la inteligencia. Hay muchos que se rebelan contra la ortodoxia establecida sólo para caer en otras ortodoxias, en otras ilusiones y en ocultas indulgencias para consigo mismos. Lo que generalmente sucede es que nos separamos de un grupo o un conjunto de ideales y nos identificamos con otros grupos y otros ideales, creando así una nueva norma de pensamiento, contra la cual deberemos rebelarnos más adelante. La reacción sólo produce oposición y la reforma necesita reformas ulteriores.

Pero hay una rebeldía inteligente que no es reacción y que viene con el conocimiento propio, al darnos cuenta de nuestros propios pensamientos y sentimientos. Es sólo cuando afrontamos la experiencia tal como se presenta, sin eludir lo que nos perturba, que mantenemos alerta nuestra inteligencia. La inteligencia sumamente despierta es intuición y es la única verdadera guía en la vida.

Ahora bien, ¿cuál es el significado de la vida? ¿Para qué vivimos y luchamos? Si nos educamos simplemente para conseguir honores, alcanzar una buena posición o ser más eficientes, tener un mayor dominio sobre los demás, nuestras vidas estarán vacías y carecerán de profundidad. Si nos educamos para ser meros científicos, eruditos dependientes de los libros, o especialistas adictos a los conocimientos, estaremos contribuyendo a la destrucción y a la desdicha del mundo.

Aunque la vida tenga un sentido más alto y noble, ¿qué valor tiene la educación si jamás lo descubrimos? Podemos ser muy instruidos, pero si no tenemos una profunda integración entre pensamiento y sentimiento, nuestras vidas resultan incompletas, contradictorias y atormentadas por innumerables temores. Mientras la educación no cultive una visión integral de la vida, tiene muy poco significado.

En nuestra civilización actual hemos dividido la vida en tantos compartimentos que la educación tiene muy poco sentido, excepto cuando aprendemos una profesión o una técnica determinada. En vez de despertar la inteligencia integral del individuo, la educación lo estimula para que se adapte a un patrón y, por lo tanto, le impide la comprensión de sí mismo como un proceso total. Intentar resolver los múltiples problemas de la vida en sus respectivos niveles, separados como están en diversas categorías, indica una absoluta falta de comprensión.

El individuo se compone de diferentes entidades, pero acentuar esas diferencias y estimular el desarrollo de un tipo definido, conduce a muchas complejidades y contradicciones. La educación debe efectuar la integración de estas entidades separadas, porque sin integración la vida se convierte en una serie de conflictos y sufrimientos. ¿De qué vale que nos hagamos abogados, si perpetuamos los litigios? ¿De qué sirve el conocimiento, si continuamos en la confusión? ¿De qué valen las habilidades técnicas e industriales si las usamos para destruirnos? ¿Cuál es el sentido de la existencia si nos conduce a la violencia y a la completa desdicha? Aunque tengamos dinero o podamos ganarlo, aunque disfrutemos de nuestros placeres y tengamos nuestras organizaciones religiosas, estamos en conflicto permanente.

Debemos distinguir entre lo personal y lo individual. Lo personal es accidental; y entiendo por accidental las circunstancias de nacimiento, el ambiente en que nos hemos criado, con su nacionalismo, supersticiones, diferencias de clase y prejuicios. Lo personal o accidental es sólo momentáneo, aunque ese momento dure toda una vida. Y puesto que los actuales sistemas educativos están basados en lo personal, accidental o momentáneo, como resultado distorsionan el pensamiento e inculcan temores auto defensivos.

Todos nosotros hemos sido entrenados a través de la educación y el entorno a perseguir el logro personal y la seguridad, y a luchar para nosotros mismos. Aunque lo disimulemos con eufemismos, hemos sido educados para las diversas profesiones dentro de un sistema basado en la explotación y el miedo codicioso. Tal entrenamiento tiene, inevitablemente, que traer confusión y miseria a nosotros y al mundo, porque crea en cada individuo barreras psicológicas que le separan y le mantienen aislado de los demás.

La educación no consiste en un mero instruir la mente. La instrucción contribuye a la eficiencia, pero no genera integración. Una mente educada de esta manera es la continuación del pasado; una mente así nunca podrá descubrir lo nuevo. Por esa razón, para averiguar en qué consiste la verdadera educación, debemos investigar el sentido global de la vida.

Para la mayoría de nosotros el significado de la vida en su totalidad no es de primordial importancia y nuestra educación subraya los valores secundarios, haciéndonos meramente expertos en alguna rama del saber. Aunque el saber y la eficiencia son necesarios, el darles demasiada importancia sólo nos lleva al conflicto y a la confusión.

Hay una eficiencia inspirada por el amor que va mucho más lejos y es mucho más grande que la eficiencia inspirada por la ambición; y sin amor, el cual nos da una comprensión integral de la vida, la eficiencia sólo engendra crueldad. ¿No es esto lo que está sucediendo actualmente en todas partes del mundo? Nuestra educación actual está al servicio de la industrialización y de la guerra, siendo su meta principal desarrollar la eficacia; y nosotros estamos atrapados en esta maquinaria de competición despiadada y de mutua destrucción. Si la educación ha de llevarnos a la guerra, si nos enseña a destruir o a ser destruidos, ¿no ha fracasado totalmente?

Para instaurar la verdadera educación, debemos evidentemente comprender el significado de la vida en su totalidad y, para ello, debemos ser capaces de pensar, no sistemáticamente, sino con rectitud y veracidad. Un pensador sistemático es una persona que no reflexiona, porque se adapta a un patrón. Repite frases y piensa rutinariamente dentro de un surco. La existencia no la podemos comprender de un modo abstracto o teórico. Comprender la vida es comprendernos a nosotros mismos y esto es a la vez el principio y el fin de la educación.

La educación no es la simple adquisición de conocimientos, ni coleccionar y correlacionar datos, sino ver el significado de la vida como un todo. Pero el todo no se puede entender desde una parte, que los gobiernos, las religiones organizadas y los partidos autoritarios es lo que intentan hacer.

La función de la educación es crear seres humanos íntegros y por lo tanto, inteligentes. Podemos adquirir títulos y ser eficientes en el aspecto mecánico, pero no ser inteligentes. La inteligencia no es mera información; no deriva de los libros, ni es la capacidad de reaccionar hábilmente en defensa propia o hacer afirmaciones agresivas. Alguien que no haya estudiado puede ser más inteligente que un erudito. Medimos la inteligencia en términos de títulos o exámenes y hemos desarrollado mentes astutas que esquivan los problemas humanos vitales. La inteligencia es la capacidad para percibir lo esencial, lo que es. Y despertar esta capacidad en uno mismo y en los demás, es educación.

La educación debe ayudarnos a descubrir valores perdurables para que no nos conformemos con meras fórmulas y frases hechas. La educación nos debe ayudar a demoler las barreras sociales y nacionales en lugar de reforzarlas, porque éstas crean antagonismo entre los hombres. Desgraciadamente el actual sistema educativo nos vuelve seres serviles, mecánicos y profundamente irreflexivos. Aunque nos despierta el intelecto, interiormente nos deja incompletos, idiotizados e incapaces de crear.

Sin una comprensión integral de la vida, nuestros problemas individuales y colectivos crecen y se agudizan en todos los sentidos. El objetivo de la educación no es sólo producir simples eruditos, técnicos y buscadores de empleos, sino hombres y mujeres íntegros y libres de temor, porque sólo entre tales seres humanos puede haber paz duradera.

Es en la comprensión de nosotros mismos que el temor se disipa. Si el individuo ha de enfrentarse a la vida de instante en instante, a sus complejidades, miserias y exigencias repentinas, debe ser infinitamente flexible y, por lo tanto, estar libre de teorías y de particulares patrones de pensamiento.

La educación no debe estimular al individuo ni amoldarle a la sociedad, ni a estar en desarmonía con ella, sino que debe ayudarlo a descubrir los verdaderos valores que surgen como resultado de la investigación imparcial y de tomar conciencia de uno mismo. Cuando no hay conocimiento propio, la auto expresión se convierte en auto afirmación, con todos sus conflictos ambiciosos y agresivos. La educación debe despertar en el individuo la capacidad de darse cuenta de sí mismo y no simplemente entregarse a la complacencia de la auto expresión.

¿De qué sirve instruirse si en el proceso de vivir nos estamos destruyendo? Ante la serie de guerras devastadoras que hemos sufrido una tras otra, tenemos que llegar a la conclusión obvia de que hay algo radicalmente erróneo en la educación de nuestros hijos. Creo que la mayor parte de nosotros nos damos cuenta de esto, pero no sabemos cómo afrontar el problema.

Los sistemas, ya sean educativos o políticos, no se cambian misteriosamente; se transforman cuando hay un cambio fundamental en nosotros. El individuo es de primordial importancia, no el sistema. Y mientras el individuo no comprenda el proceso total de sí mismo, no hay sistema, ni de derecha ni de izquierda, que pueda traer orden y paz al mundo.


Texto correspondiente al libro «La Educación y el Significado de la Vida», cap. I, de
Jiddu Krishnamurti © KFA.

Publicado con la autorización de la Fundación Krishnamurti Latinoamericana (www.fundacionkrishnamurti.org) para la Facultad Regional Bahía Blanca de la Universidad Tecnológica Nacional.

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Para más información: Prof. Roberto Girolami, Equipo Interdisciplinario FRBB (gabinete@frbb.utn.edu.ar)