La graduación de los ingenieros

En referencia a un artículo publicado en el Diario La Nación del 28 de agosto: «Ingeniería: sólo se gradúa el 5,9 %», creímos conveniente realizar algunas reflexiones que ayudaran a interpretar correctamente las cifras y conceptos que en él se precisan.

En primer lugar, juzgamos simplista el copete «Las dificultades de la carrera y la deficiente formación en el secundario explican el fracaso». ¿Cuál fracaso?, nos preguntamos. ¿Quizás que «sólo se gradúa el 5,9 %», como afirma el título? Soportar la palabra fracaso sobre un porcentaje, y luego explicar la razón con sólo dos argumentos creemos que es, al menos, opinable. No porque éstos sean erróneos, sino sensiblemente incompletos, lo que no contribuye a evaluar en su justa dimensión la situación descripta. En otras palabras, nos preguntamos ¿es válido tal guarismo?. Y en ese caso, ¿sólo el sistema educativo es responsable de tal situación?

Se dice allí que «de los 13.596 inscriptos en 1990, sólo 802 (el 5,9 %) tenían su título al finalizar esa década, y sólo otros 974 se habían anotado ese año para seguir estudiando». Es cierto que las cifras provienen de una fuente oficial inobjetable y que los resultados son matemáticamente correctos, pero nada se agrega de los hechos acaecidos durante el lapso de la muestra (10 años), ni de las condiciones iniciales y finales del período analizado a los fines comparativos.

Siempre tratando de explicar la deserción dentro del sistema universitario en general, y de las carreras tecnológicas en particular, debería tenerse en cuenta para la interpretación de la cifra del título otro argumento para nada desdeñable: en la década 1990-2000 se pasó de un país basado en la producción a otro basado en la especulación financiera y los servicios. Resulta obvia entonces la relación entre este hecho y la caída de interés en carreras relacionadas con las tecnologías, como las ingenierías. En ese ínterin, una enorme cantidad de carreras cortas reemplazaron a muchas de las tradicionales, se destruyó el mercado laboral del sector productivo y se coadyuvó a la relativización de valores fundamentales -globalización mediante- instalando el fenómeno social de «adolescencia prolongada» con alto temor al compromiso y al esfuerzo que, yendo más allá de lo afectivo, avanza transversalmente sobre «las carreras para toda la vida», hecho sobre el cual -entre otros- ha reflexionado extensamente el Dr. Etcheverry (Guillermo Jaim Etcheverry, La Tragedia Educativa. 1999). Así, los jóvenes emigran en masa de las «ciencias duras» hacia carreras relacionadas con los negocios, los servicios, etc.

En EE.UU., por ejemplo, tratan de enseñar ciencias a los jóvenes a través de programas especiales basados en experiencias con simuladores y tecnologías educativas modernas, como los Centros Challenger. Mientras tanto, lejos de renegar de las carreras tecnológicas, importan tecnólogos formados en países como el nuestro para luego vendernos las tecnologías que nuestros profesionales les ayudan a desarrollar. Está claro que los países que ostentan las mejores condiciones de vida de sus habitantes son exportadores de tecnologías desarrolladas a través de conocimiento generado en sus universidades.

En una reciente declaración por el 54º aniversario de la UTN, el Rector Ing. Héctor Brotto afirmaba: «La UTN está llamada a desempeñar un rol significativo en estos momentos, cuando se torna imperioso restablecer la cultura del trabajo. Es esta la condición que restituirá a cada uno de los hombres y mujeres de la Argentina la posibilidad de vivir dignamente».

Pasando ahora a la UTN en particular -institución que forma más del 50 % de los ingenieros del país- entre 1994 y 1995 implementó nuevos diseños curriculares como consecuencia de reconocer la necesidad de adaptarlos a los nuevos tiempos y necesidades. En este caso no fueron ajustes de los anteriores como se había hecho históricamente, sino que literalmente «dieron vuelta» a sus predecesores, llevando la duración de las carreras de seis a cinco años, introduciendo conceptos como flexibilidad curricular, aprendizaje centrado en el alumno, materias integradoras, materias electivas para «regionalizar» los diseños, correlatividades fuertes, etc. Este hecho fundamental produjo que gran parte de los alumnos de los planes «viejos» se pasaran a los nuevos en materias de años inferiores a causa de las correlatividades, causando una apreciable prolongación de sus estudios, justo en la mitad de la década que el artículo toma para el análisis.

A modo de ejemplo, y tomando el mismo criterio del artículo, el porcentaje de egresados en el 2000 que ingresaron en 1990, en el caso de la Facultad Regional Bahía Blanca, es para las ingenierías Eléctrica 11,11 %, Electrónica 10,13 %, Mecánica 9,84 % y Civil 25,42 %. Y para egresados en 2002 que ingresaron en 1990, resulta: 11,11 %, 11,39 %, 13,11 % y 25,42 %, respectivamente. Puede observarse una apreciable mejoría respecto del 5,9 % del artículo y muy por encima del 3,11 % asignado en él a la UTN.

Dr. Ing. Liberto Ercoli | Decano
Mg. Ing. Aloma S. Sartor | Secretaria de Planeamiento