¿Quo vadis Argentina?

La sociedad actual le plantea al hombre moderno interrogantes que le eran desconocidos hasta hace poco tiempo y ello lo desconcierta y lo coloca inmerso en una situación de incertidumbre a lo que no está habituado.

En efecto, el inusitado avance de la ciencia y la tecnología y sus herramientas de la informática y la robótica han construido un mundo nuevo, donde la sociedad y el hombre no terminan de ubicarse y acomodarse. La caída de las ideologías, la incapacidad de imaginar utopías y su reemplazo por un auge inusitado del consumo son otras circunstancias que van mediatizando la sociedad, hasta hacer pensar que se está en presencia de un retroceso de calidad de vida, en el contexto de un inmenso bazar de cosas superfluas. El llamamiento angustioso del “cómprelo ya”, con que se bombardea por televisión, parece ser un símbolo de estos tiempos, pletóricos de apetencias materiales y huérfanos de ideales por los que valga la pena vivir.

Este escenario no se limita a un país, a una región geográfica o a un pueblo determinado sino que abarca a todo el planeta, en un proceso que ha sido llamado con toda razón, la globalización. Nadie ha quedado afuera, no hay alternativa, salvo la exclusión sin retorno. Ya Aldous Huxley advertía sobre los estrechos márgenes que el futuro le deparaba a la libertad del hombre y recientemente Ernesto Sábato lo reitera, llamando a la resistencia. Pero lo cierto es que el presente exhibe con todo dramatismo la impotencia individual de manejarse en el ojo de la tormenta.

El marco institucional de los Estados-Nación se agranda hacia contextos continentales y los pueblos se debaten en la disyuntiva de integrar identidades históricas o refugiarse en actitudes xenófobas, que se afirman en sus raíces étnicas como tabla de salvación. Mientras tanto, la concentración económica construye y destroza imperios con la misma velocidad con que lo hacen las comunicaciones electrónicas, desbordando fronteras, legislaciones y precedentes d toda naturaleza.

Cuando todo esto sucede, los argentinos nos encontramos inmersos en el debate de las pequeñas cosas de todos los días, procurando sobrevivir al oleaje de la tormenta perfecta y creyendo ingenuamente que una búsqueda de culpables constituye la solución. Vemos caer en el descrédito las instituciones que con tanto esfuerzo se heredaron del pasado, quebrar las empresas, erradicar la industria, empobrecer el agro, declinar la educación, marginarse del progreso científico y tecnológico, en resumen retroceder sin pausa y aparentemente sin tocar fondo.

Hay que buscar un nuevo punto de partida. Es preciso por la circunstancia y es perentorio por la urgencia. Y para ello son necesarias las ideas que movilicen, los líderes que conduzcan, los planes que guíen y los pueblos que crean en un destino propio, sin ataduras ni tutorías. Como en 1810, como en 1853, como en 1880, como en 1945, como en 1958 y como en 1983, cuando la vocación de ser libres, de organizarse, de progresar, de ser justos, de desarrollarse y de vivir en democracia inspiraron generaciones iluminadas en un salto al porvenir.

Lejos está todo ello del discurso menudo, del regateo de intereses, de las ambiciones espúreas, de la administración de la miseria, y la angustia y la desesperanza de millones de compatriotas, que ven malversadas nada menos que sus propias vidas.

¿Y la Universidad qué? ¿Contemplando lo que ocurre, encerrada en su propio ámbito, preocupada por su escaso presupuesto? ¿O por el contrario, comprometida con el interés de la Nación, con el bienestar de su pueblo y con el futuro de los argentinos, contribuyendo a generar las ideas que faltan, formar los líderes para la conducción y contribuir al trazado de los planes que marquen una ejecución exitosa del porvenir?

Seguramente la Reforma de 1918 se inspiró en estas responsabilidades pero hoy más que nunca el país reclama tal participación, para que en los tiempos que vengan no se pueda decir que la nuestra fue la Universidad del Silencio.


Ing. Antonio F. Siri
Profesor Consulto