La dignidad del diploma del ingeniero

¿Qué significa ser ingeniero? ¿Cuáles son las significaciones que se  han otorgado progresivamente a esta profesión?

Partamos de un hecho algo pueril. Muchas mañanas pasa por delante del Centro Argentino de Ingenieros, una entidad centenaria fundada el 8 de marzo de 1895 sita en la calle Cerrito 1250 de la ciudad de Buenos Aires, una pequeña camioneta con la inscripción de fantasía “Ingeniería Culinaria”. Reparte comida preparada. Este hecho motivó animados comentarios.

Como una idea trae la otra y así la mente se encamina, muchos colegas comenzaron a reflexionar sobre la presencia de un problema que tiende a repercutir desfavorablemente sobre laimagen que la sociedad tiene de los ingenieros, y de la ingeniería misma como disciplina intelectual.

No se trata de un hecho aislado, porque alcanza a personas destacadas, con estudios universitarios, periodistas y funcionarios de gobierno de alto rango. En la larga lista de expresiones desafortunadas encontramos, por ejemplo, “debemos revisar la ingeniería del sistema de previsión social”, como si dicho sistema fuese un puente con averías o una caldera de central eléctrica que no aporta el vapor a la presión debida. Otras veces se oye por los medios de comunicación que “esto se resolvería haciendo la reingeniería del gabinete”, o también se escucha el barbarismo “ingeniería financiera”. Si bien estas locuciones se descalifican por sí mismas, no es menos cierto que van penetrando progresivamente en todas las capas de la sociedad y se transforman en costumbres desagradables.

Lo asombroso y preocupante, es que los ingenieros no hemos reaccionado frente a estas descalificaciones que nos desmerecen, como aceptándolas. Sólo reconocemos una acción ejemplar de la Junta Central de los Consejos Profesionales de Agrimensura, Arquitectura e Ingeniería de la ciudad de Buenos Aires, que por medio de una enérgica nota de fecha 20 de junio de 2000, debió dirigirse al rector de una universidad por haber creado una carrera de postgrado con la denominación de “Maestría en Ingeniería Financiera”.

Nos encontramos entonces frente a la acentuada ligereza con que se está aplicando el vocablo ingeniería a diversas tareas o destrezas que distan mucho de representar a la profesión, por no ser necesaria para su ejercicio la formación fisicomatemática rigurosa que estos diplomas requieren, o por situarse muy lejos de lo que las grandes organizaciones internacionales han definido como ingeniería, y como ejercicio profesional de la misma.

Por otro lado, como parte del mismo problema, las escuelas de ingeniería de las universidades se están mostrando muy poco cuidadosas en la creación de carreras a cuya culminación se otorga el diploma de ingeniero, ya que distan bastante de contener los elementos de base esenciales para alcanzar tal denominación. En general, por falta de un conocimiento culturalmente amplio, por superficialidad, o porque es atractivo para captar alumnado emplear el vocablo ingeniería. En algún caso aislado, porque se supone que requiere el uso del “ingenio” para ejecutar ciertas tareas. Todo esto es desafortunado.

No desconocemos que por causa del avance de las ciencias y de las artes, hacen su aparición nuevas profesiones y especialidades que, por estar situadas cerca de las fronteras entre una disciplina y otra, pueden ocasionar situaciones a considerar. Sin embargo, tales casos deben merecer un profundo estudio antes de asignarles con ligereza la denominación de ingeniería.

Una confusión frecuente

Un error en que muy frecuentemente se incurre es el de confundir ciencia con ingeniería. Por ello, tomemos una reflexión del catedrático español José Scala Stalella, profesor emérito de la Universidad Politécnica de Madrid que nos dice:

“Cuando en 1769 Watt inventó y patentó su máquina de vapor:

  • Faltaban 55 años para que el ingeniero francés Nicolás Sadi Carnot presentara su estudio sobre la potencia que se puede obtener del calor.
  • Faltaban 73 años para que Julian Robert Meyer sugiriera la equivalencia y conservación de todas las formas de energía.
  • Faltaban 74 años para que Joule encontrara el equivalente mecánico del calor.
  • Faltaban 81 años para que Clausius y Kelvin formularan el segundo principio de la Termodinámica.”

La ingeniería fue siempre anterior a la ciencia, y es equivocada la antigua sentencia que dice “ingeniería es ciencia aplicada”, que se ha desparramado por las facultades de ingeniería. Para un científico “saber es poder” mientras que para un ingeniero “resolver es poder”. Los orígenes de la ingeniería se pierden en el fondo de la historia, mientras que las bases de las ciencias fueron apareciendo progresivamente en épocas posteriores.

La función del ingeniero en la sociedad ha sido – y sigue siendo – una profesión en que tomando las fuerzas y los materiales de la naturaleza, y las necesidades o deseos de la sociedad, las combina con adecuada correspondencia, asunto completamente diferente a los objetivos de las ciencias. El científico estudia lo que existe en la naturaleza, mientras que el ingeniero crea lo que no existe en la naturaleza. El ingeniero concibe algo, lo construye y luego lo opera en las mejores condiciones. El científico descubre y publica sus trabajos.

La condición de universitarios

Recordemos que la Nación Argentina conserva un tradicional y respetuoso concepto acerca de la esencia misma de la educación superior universitaria, a pesar de algunos síntomas que puedan preocuparla. Los estudios de la ingeniería heredaron las tradiciones y los linajes de la universidad que los cobijó desde el principio. En la República Argentina, los ingenieros comenzaron a formarse en el siglo XIX en la Universidad de Buenos Aires, y luego las universidades restantes fueron incorporando poco a poco este tipo de estudio.

En otros países, esta profesión se obtuvo – y se obtiene aún – en politécnicos, escuelas técnicas superiores, institutos o establecimientos de rango inferior o no universitario. Por esta causa, ser ingeniero en Argentina es sinónimo de ser universitario de categoría superior, y la carrera de ingeniero es una carrera completa en sí misma, que concede habilidades para el ejercicio profesional en el mundo del trabajo, con las limitaciones que las leyes y reglamentos establezcan en cada caso, según el nivel y rango adquirido en una escala de valores.

Esta situación lleva implícito una importante carga de responsabilidad frente a la sociedad. La titulación de ingeniero está, por tales causas, saturada de la dignidad que le confiere haber cursado íntegramente todos los años del contenido curricular en los claustros de entidades de esa categoría. Estos estudios tuvieron, entre nosotros en Argentina, al principio una duración de cinco años plenos. Luego vino una época en que pasaron a ser de seis años y en la actualidad, por imperio de importantes modificaciones que está sufriendo la sociedad internacional, se están regulando nuevamente en cinco años, pero con otros criterios.

La condición intrínseca de universitario sólo se puede alcanzar en las aulas superiores, junto a jóvenes que por vocación han adoptado desde edad temprana el ideal de buscar la calidad de vida, acompañada por el respeto hacia la condición humana y la preservación del medio natural.

Pero la sociedad no conoce, en general, las virtudes de una profesión nada fácil de adquirir. En algunos casos se confunde a un ingeniero con un simple tecnólogo, un diestro en algún campo de la construcción, reparación u operación de elementos complejos, pero sin contenido intelectual. En otros casos, se lo confunde con un científico o un matemático.

Despejar confusiones
           
En los últimos cincuenta años se ha visto proliferar el uso del vocablo ingeniero, para calificar a las diversas ramas, especialidades u orientaciones de la profesión, a medida que la ingeniería se tornaba más y más compleja y diversificada. Actualmente tenemos 116 títulos de ingeniero, cifra poco justificable. Pero además, su abundancia contribuye a quitar dignidad a nuestra profesión y provocar numerosas confusiones en la población.

Los mismos consejos y colegios profesionales del país deben ajustar sus criterios con una asiduidad poco recomendable, y se crean por ello situaciones de conflicto cuando deben dilucidar problemas o litigios por invasión de una especialidad sobre otra, o situaciones semejantes.

Las universidades deben extremar el cuidado en cuanto a los diplomas a entregar, dado que la diseminación del vocablo ingeniero incorrectamente aplicado, puede llegar a lesionar a la dignidad misma de la profesión. La gran cantidad de títulos ha desmerecido la imagen de nuestra profesión en la sociedad.

Personas ajenas a la ingeniería no pueden sustraerse a comparar con otras profesiones. Un médico es ante todo, médico, con independencia de su especialidad, condición esta última que corre agregada, pero no desdibuja el carácter esencial de médico. Esta misma situación se presenta con los abogados, que al margen de abrazar orientaciones particulares del derecho, su esencia de abogados no queda oculta tras su particular campo de trabajo. Lo mismo los arquitectos, los contadores y demás profesiones. No pasa lo mismo con la ingeniería que, al agregar como importante una orientación o especialidad, ha creado una suerte de confusión que desmerece la amplitud de su formación académica.

Este aspecto sería muy sencillo de solucionar, comenzando con un título de grado que se llame simplemente “Ingeniero”, un profesional apto para tareas de iniciación en empresas bajo control de ingenieros más experimentados, adquiriendo la especialidad después, en base a un curso de postgrado y una práctica profesional. Vale como modelo el caso del médico. Primero adquiere las bases de la profesión y “se hace médico” y después, con una “residencia” y “cursos apropiados de postgrado”, se hace cardiólogo, traumatólogo y demás especialidades.

Al haber proliferado los títulos de ingeniero hemos confundido a la sociedad, que no entiende bien qué diferencia hay entre eléctrico y electrónico, mecánico y electromecánico, químico y ambiental y tantos casos más. Esta abundancia de agregados al diploma de ingeniero, sea como especialidades u orientaciones, se ha hecho sin seguir un patrón de conducta, una doctrina intelectual bien plantada.

La actitud del ingeniero en la sociedad

A los problemas señalados, se ha sumado otro que es intrínseco de nosotros los ingenieros y que es la poca predisposición a resaltar las propias virtudes y actuar en sociedad. Hay un poco entendible sentido de modestia, debido tal vez a que en buena parte de las carreras de ingeniería, no se enseña ingeniería, sino ciencias puras. Los estudiantes de ingeniería deben esperar hasta su cuarto año de estudios para poder dialogar con ingenieros que conocen la profesión. Esto incorpora a la personalidad contornos confusos, dado que al científico siempre se le asigna una alta cuota de modestia y recogimiento. El científico es un ser algo aislado, poco comunicado con la sociedad y los problemas de las personas, interesado por la vida en los laboratorios y los gabinetes de meditación.

El ejercicio profesional de la ingeniería es labor muy diferente a la vida recoleta de un investigador. El ingeniero moderno es un ejecutivo, un líder en lo suyo. Si en su trabajo se le presenta un problema matemático, no pierde su valioso tiempo resolviéndolo. Contrata los servicios de un matemático, le paga sus honorarios y resuelve su problema en forma más rápida y con mejor calidad. Esta es la forma de trabajar de un ingeniero moderno y por ello no necesita tanta matemática.

Es así que pocos ingenieros se interesan por actuar en política, lo que da lugar a que las posiciones de gobierno que debieran ocupar ingenieros, son ocupadas por abogados, administradores y otras profesiones. Dejamos espacios vacíos que alguien tiene que ocupar. Un reciente estudio efectuado en Italia, determinó que todo parlamento político en la era actual debería tener, por lo menos, un 25% de ingenieros para cubrir los campos de tratamiento de los asuntos legislativos de los tiempos que corren.

Ing.. Marcelo Antonio Sobrevila

Miembro de Número de la Academia Nacional de Educación