Problemas preventivos y contexto (1)

Empecemos por indicar qué es la prevención. “Nosotros siempre dijimos que es una actitud y un compromiso. La prevención no es una postura; no es que prevengamos a partir del hecho de que queremos, es decir, evitarle algo a alguien, sino que estamos comprometidos con ese alguien previamente a prevenirlo de algo.”(1). Hay una actitud de la prevención que es previa respecto al objeto a ser prevenido, porque, en última instancia, la prevención (como hecho) depende de cómo y desde qué planteo se hace, pero, fundamentalmente, con qué actitud se hace. Si no, se convierte en un hecho repetitivo y mecánico, donde lo que se pretende es escindir una posibilidad del hombre frente a lo que se clasifica como bueno o malo.

La primera cuestión a dilucidar es en relación al objeto “droga”. La droga no es, ni puede ser, un objeto dañino en sí mismo ; “Hablar de fármacos buenos y malos era para un pagano tan insólito, desde luego, como hablar de amaneceres culpables y amaneceres inocentes.”(2). Es dañino por sus consecuencias a partir de una ingesta, a partir de la existencia de un hombre que la ingiere y se convierte en protagónico a partir de ella. Debe quedar claro que la droga, como fenómeno de adicción, es un problema antropológico y no zoológico ; “cuando se habla de animales de experimentación que se hicieron adictos a la cocaína, se está hablando de animales inducidos por el hombre a determinada conducta para estudiar un comportamiento, pero esos animales, en situación normal, esto es, haciendo su vida habitual, no serían adictos. Para la adicción se necesitan cuestiones de interés humano”(3), que tienen que ver con lo profundo, con el inconsciente, con las pulsiones, es decir, con una cantidad de cosas que son las que estamos tratando de dilucidar. Entonces, pretender hablar de la droga como objeto adictivo en sí mismo es una falacia, un absurdo.

Concepción moral

Esto deviene también de una concepción moral del fenómeno, la cual hace a la droga protagónica en tanto y en cuanto sería “engendro del mal”. Entonces, si no es un objeto malo por sí mismo, lo es porque quienes trafican con ella, quienes la manejan, son malos. Es cierto, están haciendo algo dañino; pero hay muchas otras conductas dañinas y sin embargo parece que no nos damos cuenta de ello. Por ejemplo, en general no nos preocupa mayormente, aunque es de una magnitud importantísima, el tráfico de armas. No se hacen campañas para combatirlo ni se encienden velas para que se deje de vender material bélico.

También observamos una falta de conciencia respecto del problema que representan los accidentes automovilísticos. Autores como Aldous Huxley nos recuerdan que “la única adicción nueva en la actualidad es a la velocidad”(4). Tal vez nos sirva para pensar el fenómeno. Es notable que además ésta (la adicción a la velocidad) sea estimulada desde el modelo de producción (adicción al trabajo como propuesta, ser eficiente y tener eficiencia en el menor tiempo), y desde las propagandas (a consumir sustancias, por ejemplo, bebidas refrescantes con efectos de modificación de la percepción y sentido), y que tampoco se la vea como una adicción a pesar de estar fomentada socialmente.

Lo que quiero demostrar con estos dos ejemplos es que de esta forma aparece un SUPRAOBJETO que supera al objeto “droga”, el cual se convierte en la encarnación del mal, en el propietario del daño y en protagonista exclusivo. Insisto tanto en esto porque es a partir de esta postura que se dan cita los grandes modelos de prevención.

El factor cultural


«Por una parte la sociedad produce sus objetos, y por otra, los objetos transforman la sociedad y sus costumbres» T. Gaudin.

La cultura significa y resignifica los objetos, es decir, les otorga un lugar y una forma especial de VÍNCULO. Si el contexto genera o favorece un estilo de vínculo adictivo (desmesurado, compulsivo, devorador, consumista, etc.), entonces, es él el que sostiene esta relación patológica del hombre (sujeto) con un objeto (sustancias). Con lo cual hablaríamos de un contexto de sostenimiento de la enfermedad, una sociopatía.

En relación al sentido que se confiere al consumo de sustancias, en el Perú de los Incas, por ejemplo, las hojas de coca eran un símbolo del Inca, reservado exclusivamente a la corte, que podía otorgarse como premio al siervo digno por alguna razón. En todas las culturas tuvo un sentido el consumo de sustancias psicoactivas.

En este contexto, con “la droga” pasa exactamente lo mismo: ella se convierte en protagonista en la medida en que determinada cultura le otorga valores, y le confiere posibilidades de causar «el MAL«. En la medida en que se hace una demonización de la cultura, la droga aparece como protagonista de esa demonización.

Fumadero de opio
Mujer de la tribu Kung (Sudáfrica) fumando cannabis
Pigmeo del Congo fumando cannabis

Respecto de esto, hay también otro tema a tener en cuenta: es el que estriba en identificar quiénes son los demonios, o sea, quiénes están demonizados por el objeto malo. Tal como están dadas las cosas, demonizado está quien lo consume. Obsérvese (y esto también tiene que ver con las posturas clásicas), que es mucho más difícil ver un demonio en el traficante (quizás como no se lo conoce no se puede hablar tan mal de él, porque no se lo logra objetivar); en cambio, es mucho más fácil objetivar en un adicto que consume sustancias, y referirse a él como a un demonio. Además, sobre estas identificaciones, opera también la cuestión del prejuicio y la marginación. De esta forma, es muy probable escuchar a un padre, por ejemplo, preocupado por lo que pensarán sus vecinos respecto de su hijo que está en una situación adictiva.

Esta postura, por otra parte, cristaliza y obtura la posibilidad de comprensión del fenómeno. Si se le atribuye la significación del mal al objeto droga (supraobjeto), inmediatamente surge la necesidad de buscar lo bueno, ya que de esta forma se presume que en la medida en que uno encuentre lo bueno sabrá por qué ocurre lo malo. De esta forma se produce entonces la obturación de la posibilidad de comprensión, la cual también forma parte de la demonización de la cultura. Justamente lo que aquí no aparece es una secuencia de fenómenos que explique por qué surge este fenómeno (que tiene menos de cien años de vida), que en este caso sería el más abarcativo: la drogadicción.

CITAS
1. Calabrese Alberto, «Lo social y sus paradojas en relación al fenómeno de la adicción a drogas», Ficha interna del curso que realizara en 1996 en Bahía Blanca. Pág. 3.
2. Escohotado Antonio, Historia general de las drogas, Editorial Alianza, Madrid, 1995, tomo 1, Pág. 20.
3. Thuillier Jean, El nuevo rostro de la locura, una revolución en la psiquiatría, Editorial Planeta,
Barcelona, 1981, Pág. 38.
4. Aldous Huxley, Mokha, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1968, Pág. 45.

Prof. Jorge Cascallar
jcascal@frbb.utn.edu.ar
Secretaría de Asuntos Estudiantiles