Formación de posgrado

El 9 de mayo pasado, en la Universidad Nacional del Sur, concluyó su carrera de Magíster en Ingeniería el Ing. Pablo Girón, docente del Departamento de Mecánica de nuestra Facultad. A continuación nos transmite su visión con respecto a la realización de este tipo de estudios.

La formación de docentes con estudios de posgrado en su especialidad, se ha convertido en un objetivo importante para las Universidades Nacionales a partir de las reformas al marco legal que regula su funcionamiento, empezando por la Ley de Educación Superior N° 24521 (año 1995) y siguiendo con la resolución 1232 del ministerio de Educación (año 2001), que fija los estándares necesarios para la acreditación de las carreras de Ingeniería.

En primer lugar, la mencionada ley, en su artículo 36 indica que «Los docentes de todas las categorías deberán poseer título universitario de igual o superior nivel a aquel en el cual ejercen la docencia, requisito que solo se podrá obviar con carácter estrictamente excepcional cuando se acrediten méritos sobresalientes… Gradualmente se tenderá a que el título máximo sea una condición para acceder a la categoría de profesor universitario

Por otra parte, repasando algunos estándares fijados por la resolución 1232, podemos leer que:

«III.4. Salvo casos excepcionales, los miembros del cuerpo docente deben tener una formación de nivel universitario como mínimo equivalente al título de grado que imparte la carrera. Los profesores con dedicación exclusiva deben acreditar preferentemente formación de posgrado y participar en investigación, desarrollo tecnológico, o actividades profesionales innovadoras , para mantener actualizados los métodos y los resultados de la investigación y desarrollo y asegurar la continuidad de la evolución de las distintas áreas de la profesión .»…

«III.5. La trayectoria académica y formación profesional de los miembros del cuerpo debe estar acreditada y ser adecuada a las funciones que desempeñan.»…

En este marco, una de las fortalezas que nuestra Facultad puede esgrimir hoy por hoy, es la de haber desarrollado una activa política de formación de recursos humanos en el posgrado, desde fines de la década del ’90 que está cristalizando en la obtención de los títulos respectivos. Esta política se implementó a partir de los proyectos existentes para el mejoramiento académico (FOMEC, Becas UTN para Doctorado, CONICET, etc.) básicamente, aunque también debe agregarse la voluntad de algunos docentes de la casa que han decidido encarar el posgrado en paralelo con sus actividades habituales, con las consabidas dificultades y sacrificio que esto acarrea.

La decisión de fomentar la formación de posgrado ha posicionado a nuestra Facultad entre las más desarrolladas, en este aspecto, dentro del contexto de la UTN.

Más allá de este marco formal que prioriza la formación de posgrado del cuerpo docente como uno de las metas de las casas de altos estudios, me gustaría transmitir algunas reflexiones acerca de la experiencia adquirida durante los estudios de maestría que he culminado recientemente, así como las motivaciones personales que me han impulsado a encarar esta actividad, y que están vinculadas con mi visión del porqué de la existencia de estas exigencias hacia las Universidades en cuanto a la formación de recursos humanos en investigación.

En principio cabe decir que la sociedad ha entendido, luego de un largo período de desguace de nuestra ciencia, que el desarrollo de nuevos conocimientos, apuntando fundamentalmente a generar un continuo desarrollo industrial a través de nuevas tecnologías, es la base del crecimiento económico de los países prósperos.

Nuestro país generó durante las décadas del ’40 y ’50 una importante estructura de I+D, que se vio plasmada en la creación de Instituciones dedicadas a la investigación y el desarrollo tecnológico en diversos campos (CONICET, CNEA, INTI, INTA, etc.).

Durante estas décadas de incesante trabajo en el desarrollo de investigación básica y tecnologías, este proceso fue fundamentalmente motorizado por el estado, y dentro del estado tuvieron un papel preponderante las universidades nacionales (vinculadas a Institutos de I+D), a través de la formación de científicos y tecnólogos y su inserción en el cuerpo académico de Grupos de Investigación e Institutos científicos.

Esta riqueza en el desarrollo del conocimiento permitió la existencia de una ingeniería propia, capaz de llevar adelante obras de magnitud en numerosos campos, dado que se contaba con los cuadros de profesionales preparados para la realización de estos emprendimientos, entendiendo como profesionales a investigadores que desarrollaban las tecnologías e ingenieros de campo que podían llevarlas a la práctica en conjunto con los anteriores.

Nuestro país abandonó esta senda de desarrollo desde mediados de la década del ’70, convirtiéndose en un país importador de tecnología, y perdiendo no sólo mucho terreno en los campos de la ciencia y la técnica (en algunos casos muy difícil de recuperar), sino también la vocación por el desarrollo tecnológico autónomo que supo tener durante la década del ’40 hasta mediados de los años ’70, y que habían permitido el desarrollo de tecnología propia en áreas estratégicas como la aeronáutica, aeroespacial, naval, nuclear, electrónica, etc. Durante estos últimos años fuimos inducidos a pensar que no podíamos competir en el desarrollo de tecnologías con los países centrales, y que por eso era mejor dejar de intentarlo.

Si hurgamos en la realidad de la Ingeniería argentina de hoy en día, hija de este proceso que describía en los párrafos anteriores, veremos que el proceso de formación de recursos humanos fue discontinuado. Fundamentalmente, la desaparición del estado como impulsor del crecimiento, y su reemplazo por grandes multinacionales que importan su tecnología desde sus casas matrices, bloqueó el desarrollo de la ingeniería en nuestro país. Y no solo del desarrollo de nuevas tecnologías, sino hasta la formación de personal técnico calificado.

Esto contrastó notablemente con el desarrollo de la investigación en otros estados, inclusive limítrofes como Brasil y Chile, que han seguido apostando a la formación de recursos humanos altamente calificados a través del posgrado y dedicados a la investigación y el desarrollo.

Todo este breve y subjetivo recuento de lo que ha acontecido con el desarrollo en nuestro país, tiene su conexión con el posgrado a partir del intento de volver a desarrollar desde las Universidades, y a pesar de las adversas condiciones iniciales (falta de presupuesto y dedicaciones, equipamiento obsoleto y bajo nivel presupuestario para el reequipamiento) nuevos cuadros de investigadores capaces de pensar tecnologías propias y adaptar las ajenas.

En este sentido, y encadenándolo con el proceso de formación de posgraduados, más allá de las obligaciones que puedan crear las leyes o resoluciones, es un deber de las Universidades Nacionales el volver a apostar a la generación de cuerpos académicos vinculados al desarrollo nacional.

Tal vez podría pensarse que es presumido creer que desde el lugar de un simple docente que ha obtenido un título de posgrado pueden realizarse contribuciones importantes a la vida nacional. Entiendo que los esfuerzos individuales orientados por un sentimiento colectivo pueden ser los que devuelvan al país la vida científica que ha tenido otrora, sin desconocer las diferencias que nos separan de aquellos que han apostado fuertemente a estas actividades.

En este sentido, la formación en una carrera de posgrado, con la exigencia que representa, es un buen punto de partida para encarar desafíos tecnológicos más importantes, puesto que constituye un salto cualitativo tanto en la formación científica, como en la percepción del propio rol como docente e investigador.

Por esto me parece importante revalorizar el rol posible de la formación de posgrado como un trampolín no sólo para el crecimiento personal de quien realiza este tipo de actividad, sino también para cualquier proyecto de desarrollo, que debe estar basado hoy más que nunca en el conocimiento.

Ing. Pablo G. Girón