Problemas preventivos y contexto (2)

En el número anterior de UTecNoticias incluimos la primera parte de este artículo sobre Problemas Preventivos y Contexto. A continuación transcribimos la segunda y última parte del mismo.

DEFENSA SOCIAL

Parecería que hay algo que se nos niega. Justamente ese “algo” que se nos niega es la posibilidad de comprender qué es lo que nos pasa. A esto lo podemos relacionar también con la cristalización o la obturación, y es la defensa social.

De “defensa” se habla mucho (ministro de defensa, fuerzas de defensa, defensa del patrimonio, defensa de la moral, etc.). También nos movemos mucho entre “ofensa” y “defensa”; yo creo que estos términos provienen más del “ataque” que de la “defensa”. Justamente, lo que se quiere “atacar” es el mal y no su causa, porque hacerlo nos llevaría a contrastarnos con nosotros mismos y con el tipo de cultura que nos alimenta, y a la cual nosotros retro-alimentamos.

Es por eso que todas las otras formas de adicción como, por ejemplo, la del alcohol, son negadas. Hay personas que realmente tienen mucho criterio para analizar el tema que estamos tratando y sin embargo, cuando abordan este punto, se les trastocan las páginas. Es decir, no pueden ver como droga a la droga socialmente aceptada (el alcohol o el tabaco, por ejemplo), porque dicen: “me confundieron”, “me sacaron el enemigo”.

Nosotros consideramos que la sustancia, como tal, no es un enemigo: es un objeto, y en tanto objeto no puede ser el enemigo. Se podría decir que es tan enemigo como podría serlo un micrófono. Este último puede ser utilizado para que se escuche mejor, o se lo puede usar para insultar; en este caso no se diría que el malo es el micrófono, sino que el que lo usa ha perdido la compostura.

Hay una cuestión que favorece esta manera de ver las cosas, y es que el pensamiento internacional dominante mantiene una relación fundamental con esta demonización de la cultura. Los modelos de prevención suelen partir de los centros de poder y éstos están localizados, obviamente, en el hemisferio norte, y sobre todo en los Estados Unidos de América. “En alguna de nuestras visitas a los Estados Unidos no hemos dejado de señalar que quien no quiere entender la producción de un fenómeno se va a encontrar con la ampliación del fenómeno. Pero los modelos preventivos que parten de la demonización (que se manejan con términos antitéticos de negro y blanco, mejor y peor, bueno y malo, toda una cuestión maniqueísta) tienden a prolongar esta cultura de la demonización.”(1) Esto es: «justamente la que entrañan muchos de los modelos que se nos presentan como grandes modelos de prevención.» (2)

Afortunadamente, la Organización de las Naciones Unidas y la UNESCO se han dedicado durante mucho tiempo, y particularmente en los últimos años, a hablar de la prevención inespecífica (o alternativa), a la cual me referiré más adelante.

¿Qué pasa con el fenómeno de la demonización y con la forma en que se difunde el sistema cultural internacional? Lo que sucede es que se masifican criterios de expulsión. Para quien consume un objeto aquí o en la China los efectos biológicos (en cuanto a los efectos físicos y químicos) son los mismos. Sin embargo, lo que cambia (y esto es motivo de nuestro estudio) es aquello que los hace diferentes, es decir, el porqué de la producción del fenómeno. El único denominador común que ésta ofrece es la exteriorización del fenómeno, es decir, las variantes de que una persona esté excitada, deprimida o alucinada ; ahí se acabaron las semejanzas que puede producir la biología.

Desde estas semejanzas biológicas es desde donde se nos pretende, juntamente con la demonización de la cultura, imponer los lineamientos de la prevención.

A pesar de la remanida definición de la OMS, aquella que dice : “droga es el objeto que, introducido en el organismo, produce modificaciones en él”(3), las inclusiones desde el punto de vista de la demonización de la cultura, no ponen el acento en las drogas socialmente aceptadas o en drogas intermedias (que son las de la producción psicofarmacológica o psicotrópica, es decir, los medicamentos). Y a estos, ¿por qué no se los incluye? Porque en ese punto se estaría en contradicción con una producción no solamente cultural, sino económica ; más aún, recordemos que la industria farmacéutica es una de las cinco producciones económicas más importantes del mundo. Entonces, sucede que al entrar en esa contradicción, no se la puede ver como parte del fenómeno de demonización cultural.

Además, justamente hablando de masificación de la cultura y del mensaje que impera en el contexto, tenemos que pensar que los medicamentos tales como son vendidos, y tales como son publicitados, es decir, como el tipo de panacea que representan (como la absoluta curadora y dotando de felicidad a quien la consuma), también son masificadores y favorecen una cultura medicamentosa masificada, que es aquella clásica de decirle al otro : “esto me hizo bien a mí, tómalo que también te va a hacer bien a vos”. Si una cuestión es desde el punto de vista económico suficientemente importante como para constituirse en uno de los pilares de la vida económica de todo un conjunto de naciones, es muy difícil poder desacralizarla, por un lado, y por otro denunciarla como excesiva. Permanentemente se insiste en que el farmacotráfico (4) ha contribuido mucho más al proceso adictivo que todos los narcotraficantes juntos. Esto históricamente es así, y fundamentalmente en nuestro país.

No hay que olvidar que cualquier medicamento es visto como la sustancia que obvia todas las otras posibilidades; por ejemplo, entre plantearse un tratamiento psicoterapéutico (o cualquier tipo de tratamiento o proceso que lleve a enfrentarse a sí en el tiempo, y contra su tiempo), uno va a decir: “mejor déme dos o tres pastillas que me solucionen esto ahora, ya”, es decir, la inmediatez (la cual, tal vez, es una muestra de la adicción a la velocidad y al sin sentido del sufrimiento en esta época). Esta oposición entre la posibilidad de revertir la situación de lo que no se ve, y un objeto que calma la angustia instantáneamente, produce una ganancia a favor del objeto.

Así, la prevención queda desdibujada en una lucha cimentada en el prejuicio. Este es un problema grave, porque mientras que el prejuicio sea el motor de la prevención, ésta no existe; simplemente hay retro-alimentación del prejuicio. El prejuicio hoy tiene este nombre, mañana será otro; lo importante sería poder erradicarlo, ya que suele constituirse en fundamento de actitudes discriminatorias. Además, es la forma más barata de pensar; en realidad, es no pensar. Cuando se prejuzga se representa algo de alguien con muy pocas nociones de ese alguien: con dos o tres pinceladas se puede situarlo fuera de, se puede des-contextualizarlo, escindirlo.

Los adictos son conceptuados básicamente como enfermos y, en segundo lugar, como sensiblemente peligrosos. No quiero desconocer dos cuestiones: ni la del daño (ya que la ingesta compulsiva de cualquier droga que se prolonga en el tiempo produce daño), ni la de la peligrosidad (ya que ésta no se circunscribe al daño de la droga, sino a una cantidad de otras circunstancias del contexto). Sin embargo, considero que ambas adscripciones suelen aparecer sobre-valoradas, y se construyen como depositaciones masivas coherentes con la lógica del contexto de demonización cultural al que hacíamos referencia.


MODELOS CLÁSICOS DE PREVENCIÓN

Esto guarda relación con los dos modelos que han sido los apoyos clásicos de la cultura y la sociedad Occidental para poder definir el problema de la prevención. Las dos formas clásicas de la prevención (y que tienen mucha vigencia) han sido el modelo médico-sanitario y el modelo ético-jurídico. (5). Estos dos modelos tienden a consustanciar el mal con la producción de éste en sí mismo. Ese supraobjeto es malo en sí, hay que ejemplificarlo a través del daño que produce (efecto), y esto se une con la categorización de las penas que le corresponden a quien lo ingiere por hacerlo. Estos dos modelos han sido clásicos aliados, y siguen apareciendo permanentemente en las características de muchas de las políticas de prevención desarrolladas en todo el mundo, es decir, la alianza de estos dos modelos como forma de querer comprender el mundo. El objeto es malo porque produce tal daño (médico-sanitarista), y además su ingesta está castigada de tal o cual forma (ético-jurídicamente). Ahí se acabó la explicación; es una lógica que remite a la circunstancia del final y no a la del principio, es una especie de teoría finalista de la prevención. El finalismo está circunscripto a la cuestión del daño. Este razonamiento proviene de un enfoque moralista que no comprende las diferencias culturales que justamente entronizan modelos.

El otro problema que subyace a esta alianza es el de la culpabilidad: aquel que ingirió el objeto malo no sólo se va a dañar sino que además es culpable, y quien es culpable debe ser sentenciado. Esto nos lleva a reflexionar sobre quién es el culpable en esta sociedad. A lo largo de la historia, el hombre siempre tuvo que encontrar un gran culpable para poder significar la mayor de las culpabilidades posibles, por ejemplo, en los tiempos de Cristo: los leprosos y los endemoniados (probablemente personas que padecían una epilepsia). Incluso en el medioevo se realizaban tratamientos que eran verdaderas torturas para estos supuestos endemoniados, a fin de sacarles el mal del cuerpo. Aquí surge una reflexión curiosa: en general, cuando hay demonización aparece la compulsión como forma de tratamiento. En este punto puede encontrarse una relación entre la prevención y la prevención secundaria, o tratamiento en el sentido clásico, ya que están ligadas en el sentido de la compulsión, la obligación de tratar a…, y una vez que se trata, que se lo haga de la forma más dolorosa posible, porque el sujeto debe pagar por lo que hizo.


LA CUESTIÓN FAMILIAR

Otro punto que merece discusión es la cuestión de la familia. El proceso de demonización lleva a concluir que, si el adicto no es culpable, debe serlo la familia. Por otra parte, la familia es la que puede dar respuesta al problema de las adicciones.

Cualquier familia, así como cualquier individuo o sociedad, es un proyecto vivo.(6) No se trata de la cuestión del “proyecto” como una cosa irrealizable (así como hablar de la “SOCIEDAD” con mayúsculas), ya que eso lo pone fuera del alcance de los mortales. Pensamos que el proyecto de vida pasa por los pequeños proyectos de la vida cotidiana; la vida posible es la que hacemos todos los días. Hay grandes cosas que nos guían y pequeñas cosas que nos sostienen. Esta función de guía y sostén muchas veces está dicotomizada, desde el lugar social de ofrecer una gran guía que no tiene sostén: es el hecho de sostener un ideal muy alto, y por otro lado posibilitarlo muy poco. Con todo eso quiero indicar que la familia no se sostiene por sí misma, esto es un absurdo. La familia no es una entelequia. El amor tampoco es una entelequia. El amor tiene posiciones del amor. Las posiciones que supone el querer a otro, el sentirse querido por otro, tienen que ver con lo proyectivo y con que el amor es la cuestión de los afectos cotidianos, las regularizaciones de ese amor, esas situaciones en las que uno se siente sostenido en y por los otros. Si a una familia (que se dice que es la base para la sociedad…) no se le da una referencia y no se le permite referirse a los otros, en función de sentir una mínima satisfacción en sí misma, esa familia no es continente y no puede dar respuestas al adicto, porque a la vez le faltan respuestas a ella. Aquí se derrumba la cuestión de la culpabilidad familiar.

Para poder entender este fenómeno, una de las cosas que hay que analizar son los mitos. Los mitos son comprobables aún hoy día cuando vemos la capacidad que tiene el hombre para el olvido, para abusar del otro, para destruirlo, aniquilarlo, torturarlo, ignorarlo, y cuando creemos que tres o cuatro palabras mágicas nos van a salvar de todo este sinsentido (nihilismo pasivo) que nos envuelve. Una familia tiene y puede dar respuestas; pero también necesita de una sociedad que la ayude a encontrar esas respuestas, que le dé contenido a sus propuestas y que, en definitiva, haga lo que nosotros proponemos como sistema, a saber: la escucha y la posibilitación. Quien no sabe lo que le pasa al otro jamás podrá colaborar con él. Nuestra historia, y estos modelos de prevención que se basan en el miedo, nos remiten a un problema de imposibilidad; no proponen, sino que defienden y definen; no optan por el lado amplio de las posibilidades, sino que se cristalizan en el estricto marco de la defensa.

CITAS
1. Calabrese Alberto, «Modelos preventivos», en: Ajo Blanco, Anexo, Madrid, 1994, Pág. 19.
2. Kornblit, Ana Lia, Ana M. Mendes Diz y Azucena Bilyk, Sociedad y droga, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires,1992, Pág. 34.
3. «Farmacotráfico», concepto que se define como: «el exceso de la oferta de medicamentos”. Calabrese Alberto, Op. Cit., Pág. 45.
4. Calabrese Alberto, Prevención para la toxicomanía, Publicación Técnica del FAT, Nº 7, Buenos Aires, 1996. Pág. 9.
5. Moffatt Alfredo, Psicoterapia de crisis, Editorial Humanitas, Buenos Aires, 1982, Pág. 97.
6. Revista Newsweek en Español, Especial de “Hijos de la cocaína” y “Seguridad privada, privada”, Miami, Editorial Newswek, 14 de agosto de 1996, Pág. 37.

Prof. Jorge Cascallar
jcascal@frbb.utn.edu.ar
Secretaría de Asuntos Estudiantiles