Universidad y construcción social

La siguiente transcripción forma parte de una reflexión escrita recientemente por la Rectora de la Universidad Nacional de Lanús, Dra. Ana Jaramillo. La excepcional riqueza de las ideas vertidas en estos párrafos nos motivó a querer compartirlos con ustedes, con el consentimiento de la autora.

Hesse sostenía que la vida humana se convierte en verdadero dolor, en verdadero infierno, sólo allí donde dos épocas, dos culturas o religiones se entrecruzan.

Estamos viviendo transformaciones vertiginosas, pero al mismo tiempo que parimos una época que no termina de nacer, sobrevive un pasado que no termina de morir. Es lo que se denomina crisis histórica, que en tanto crisis de creencias provoca desorientación, miedos, anomia, desesperanzas… terror a la historia. Surgen así los agoreros apocalípticos y la consecuente paralización que algunos denominan hoy, ataques de pánico. Parecería que no quedan espacios para las utopías, ni grandes ni chicas. O como dice Toffler (Toffler, Alvin y Heidi, La creación de una nueva civilización, Plaza & Janés, Barcelona, 1995.): “La angustia del pasado se impone a la promesa de futuro”.

Las épocas finiseculares profundizan esta sensación y la globalización, que no sumerge en la saturación informativa de las comunicaciones, nos profundiza aún más la conciencia de las limitaciones individuales para poder ser protagonista de la historia, para poder producir alguna transformación. En ese sentido, Pablo Da Silveira (Da Silveira: Historia de filósofos, ExtraAlfaguara, B. Boston, Bs. As., 1997) se preguntaba cuánta innovación y cuánta ruptura con el pasado puede soportar una sociedad sin descomponerse como tal.

Las transformaciones tecnológicas y estructurales siempre fueron más rápidas que los cambios culturales y axiológicos. En la actualidad, la revolución de la información transforma no sólo el ritmo sino “la sustancia de nuestras vidas” como sostiene Toffler.

Hegel sostenía que nadie puede saltar por encima de su época. Se requiere por lo tanto de un debate axiológico profundo, que no implica hacer futurología, sino prefigurar la sociedad que queremos y pensar de qué forma ponemos al servicio de los hombres las innovaciones científico tecnológicas así como las transformaciones económicas y estructurales.

Esta reflexión es necesaria a fin de evitar ser víctimas de nuestra propia creación, que se nos escape de las manos. Debemos preservar las riendas de nuestro destino. Esta tarea, en el momento en que estamos viviendo, entre dos épocas o en el cruce de dos civilizaciones como sostiene Toffler, no es tarea fácil, pero debemos encararla sin hesitar, dado que la velocidad el cambio nos puede dejar rápidamente en el museo o en el basurero histórico.

Las universidades en el siglo XXI

Las Universidades nuevas fueron creadas por el Poder Legislativo. Compartimos con él la responsabilidad de su funcionamiento pleno sustentable y adecuado a las necesidades políticas, sociales, económicas y regionales que fundamentaron su creación.

Debemos por ello reflexionar críticamente sobre las características de una institución universal dedicada a producir, reproducir y distribuir un valor social privilegiado como es el conocimiento.

En la actualidad, sabemos que el nivel de desarrollo de las naciones y las sociedades ya no se medirá por sus riquezas naturales o materiales, se medirá indefectiblemente por la capacidad que éstas tengan de generar y distribuir conocimiento, en la cantidad, calidad y velocidad necesarias.

La Universidad Nacional de Lanús, era un viejo sueño de la comunidad lanusense que se ha hecho realidad. Debemos compartir el esfuerzo por construir junto a ella sus utopías. Estas se manifiestan en la voluntad de construir una sociedad solidaria, cooperativa, que integre a todos participativamente en la búsqueda de una sociedad más justa.

El Congreso de la Nación le transfirió a la Universidad Nacional de Lanús, un terreno de características suficientemente importantes para desarrollar allí sus actividades académicas así como su plan edilicio. Sin embargo, el presupuesto nacional no ha acompañado sus posibilidades de crecimiento ni de su sustentabilidad como proyecto conjunto de universidad – comunidad.

Muchas veces se ha criticado la apertura de nuevas casas de altos estudios por razones presupuestarias. Sin embargo, estos cuestionamientos carecen de fundamento cuando un pueblo a través de sus legítimos representantes decide invertir en educación. La nación deberá reasignar recursos para sostener dicha decisión y las universidades deberán redoblar esfuerzos para hacer más eficiente la utilización de sus recursos en el cumplimiento de su función productora, reproductora y distribuidora de un bien social y esencial como es el conocimiento.

Las nuevas universidades cobran más sentido aún a las puertas del siglo XXI, cuando el conocimiento es universalmente reconocido como la fuerza productiva más importante del desarrollo. En un mundo globalizado, para la competitividad de las naciones así como para la integración regional de las mismas, el conocimiento ha pasado a ser el protagonista. Para dominar o para aliarse, las naciones se integran o compiten a partir de su desarrollo científico tecnológico y de sus conocimientos.

La universidad como bien público, social y colectivo

Ya hemos experimentado y padecido muchas veces la confusión que existe entre lo público, lo social y lo colectivo. A menudo los así llamados bienes públicos u organismos públicos han sido de todos y de nadie. Pero también a menudo se ha confundido a la Universidad con un bien colectivo de una determinada comunidad, con una organización no gubernamental, con plena autonomía y con funciones exclusivas para sus miembros. Su aislamiento de la comunidad ha provocado muchas veces el cuestionamiento a la misma como “la república de los profesores” de y para ellos. De y para la comunidad universitaria.

La incuestionable autonomía universitaria, que implica la autonomía de gobierno y la libertad de cátedra va de suyo en una sociedad que ha decidido y conquistado sus instituciones democráticas así como sus libertades y derechos cívicos y por ello respeta su Carta Magna y las garantías por ella establecidas.

Pero dicha autonomía no le puede hacer perder de vista que es todo un pueblo el que aporta los recursos que le permiten cumplir con su función. Su responsabilidad es frente a la sociedad toda y no sólo para con los miembros de la universidad. Su responsabilidad es social, como la de cualquier organismo público. Por lo tanto, su compromiso con la comunidad, con el desarrollo social y regional y con el Estado, debe ser paralelo a su responsabilidad.

Su autonomía no puede significar desentenderse de los problemas que aquejan a la nación. La función de la universidad pública de buscar la excelencia académica de todos y cada uno de sus educandos, de perfeccionar sus cuadros docentes, de capacitar y acreditar a sus miembros para el mercado laboral, de realizar investigación científico tecnológica, no es contradictoria, sino complementaria con su responsabilidad pública, social de atender prioritariamente las necesidades del desarrollo nacional y regional, buscando la redistribución del conocimiento y la elevación de la calidad de vida de la comunidad en su conjunto.

La autonomía tampoco exime a los universitarios de hacer el uso más racional posible de los recursos. No sólo porque en materia educativa serán siempre escasos, puesto que la demanda es siempre creciente, sino porque por el contrario, deben estar en condiciones de rendir cuentas a la sociedad del beneficio social del uso de los recursos asignados a las universidades. Tendrán que poder refrendar ante la sociedad, la legitimidad de su opción en la asignación de recursos para la educación superior frente a otras necesidades sociales perentorias del país.

La universidad es así un bien nacional público, social y colectivo. Tiene la responsabilidad pública de buscar las mejores solucioens a los problemas nacionales coadyuvando con el sector úblico en su desarrollo, realizando investigación científica, orientando su oferta académica y haciendo un uso cuidadoso y racional de los recursos asignados así como diversificando la búsqueda de recursos extra-presupuestarios.

Tiene responsabilidad social con la comunidad a la que pertenece, articulándose con los distintos sectores de la sociedad civil, potenciando los recursos que ésta ya tiene, vinculándose tecnológica y científicamente con el sector privado, con los organismos estatales y no gubernamentales de la sociedad, en definitiva, compartiendo el esfuerzo por elevar la calidad de vida y por lograr una sociedad más justa. Ello implica poner todos los esfuerzos para contribuir al desarrollo social y regional.

En ese sentido, la Universidad Nacional de Lanús, compartiendo estos conceptos está construyendo el proyecto “Ciudad del Conocimiento” conjuntamente con todos los sectores de la comunidad, de sus diversos estamentos y jurisdicciones estatales, organismos no gubernamentales y privados que mancomunadamente coadyuven al desarrollo y distribución de la información y el conocimiento que se ha convertido en la fuerza productiva mayor de la humanidad. Es una verdad indiscutida ya que el desarrollo de las sociedades no se mide por sus riquezas naturales, ni por sus industrias, sino por la generación y distribución de conocimientos.

El Concejo Deliberante de Lanús ya ha declarado a través de la ordenanza Nro. 8536 a toda la zona donde se instaló la Universidad de Lanús como “Parque educativo y de recreación de Lanús”.

En consonancia con ello, la Universidad Nacional de Lanús ya ha elaborado un nuevo proyecto urbano para la zona y ha liberado a ésta de más de quinientos mil kilos de chatarra, derivada de su anterior uso ferroviario y que, en el momento en que las recibió, no sólo constituía un gran basurero, sino un foco permanente de contaminación para la zona.

Debemos dar un paso más para transformar lo que era un museo de un paradigma muerto en lo que ya en otras partes del mundo se conocen como “Ciudades del Saber”.

La Universidad continúa haciéndose cargo de su específica responsabilidad frente a los miembros de la colectividad universitaria. La formación de excelencia de los recursos humanos que a ella acuden, la generación de científicos, profesionales y técnicos, la capacitación permanente de sus docentes y de docentes de otros niveles educativos, que va de la mano con su responsabilidad de formar ciudadanos con conciencia crítica, con valores éticos claros en el respeto a las instituciones y las libertades democráticas así como en la búsqueda de la justicia social.

En nuestro país, la errática vida institucional, las sucesivas dictaduras, el ensañamiento tanto contra los jóvenes, particularmente los universitarios, como con nuestros científicos y docentes, las intervenciones militares a las universidades coadyuvaron no sólo a la fuga de cerebros, sino a desarrollar viejos prejuicios, confundiendo al gobierno con el Estado, las necesidades de una sociedad con las necesidades del poder político de turno, responsabilidades sociales cívicas con obligaciones autocráticas colaborando así con el aislamiento entre las universidades y el resto de los organismos del Estado.

Forma parte de las responsabilidades actuales de las universidades así como de las otras áreas del Estado, la recomposición y rearticulación de sus acciones y esfuerzos conjuntos en pos del bien común, no haciendo de la especificidad de su función un coto cerrado sino, por el contrario, generando un foro abierto al debate entre ideas y un esfuerzo conjunto para lograr una sociedad mejor.

Utopía vs. anomia

La progresiva individuación de la sociedad contemporánea avanza paralelamente a su globalización. La perplejidad aunada a la vertiginosidad de los cambios sociales pareciera fortalecer con su desorientación finisecular la imagen de una sociedad sin telos, sin destino ni valores, una sociedad mercantilizada y consumista.

La revolución científico tecnológica avanzó sin la necesaria contrapartida social reflexiva que permita y oriente a la humanidad para tomar las riendas de su destino. Una nueva reflexión ética es necesaria para que no nos suceda como al “Golem” o al aprendiz de brujo. Pareciera que la humanidad ha desatado fuerzas incontrolables en su afán de dominio de la naturaleza. Rescatar los valores morales y el sentido de la historia, se convierte en una necesidad de supervivencia.

Las utopías no son ucronías. Muchas utopías que otrora no tenían lugar o topos, en otro tiempo o kronos se hicieron realidad. Abdicar de los sueños y las utopías es abdicar del futuro. Renunciar a la esperanza es fortalecer la anomia y la desintegración social, con todos los peligros que ésta conlleva. La salud de una sociedad reside en el permiso a la esperanza.

Para pensadores como Moro, Bacon o Campanella, la utopía era hacer coincidir la acción del estado con la voluntad de la sociedad civil. Todos los poderes del Estado deben colaborar a hacer realidad esa coincidencia. Creemos en ella, tenemos la pasión por construirla y debemos poner el esfuerzo para que en poco tiempo se haga realidad.

Por todo ello, creemos que la Universidad de este fin de siglo debe cumplir con su función hermenéutica: interpretar y reinterpretar el sentido de la historia, los ideales y los valores de nuestra sociedad.

En la época de la economía supersimbólica, el conocimiento es el sustituto de otros factores de producción y la Universidad debe cumplir más que otros y junto a los otros miembros de la sociedad, con su generación y distribución, colaborando así a la creación de una nueva civilización. Ese es el objetivo de la Ciudad del Conocimiento que promueve la Universidad Nacional de Lanús como universidad urbana comprometida.